A VIRGILIO

 

 

Publio, dice el diccionario de mi lengua y hora

que vos sos un h�bil imitador de los griegos,

particularmente de dos: Te�crito y Homero.

Yo te digo, se�or de los vocablos, hermano:

Eneas te pertenece como los oc�anos

a Neptuno, es tuyo ese piadoso troyano,

ese h�roe que esculpiste s�laba a s�laba,

palabra por palabra, verso a verso, como Dios,

todo en aquellos lejanos d�as generosos

y fecundos como la direcci�n de una noche

fecunda, m�s, como la rotaci�n de la Tierra.

 

Estuviste en casa de la asianista de Roma,

en los c�rculos donde Catulo dominaba,

estudiaste la filosof�a de Epicuro

y de Lucrecio, medicina y astronom�a,

Publio, vos naciste en elegida y alta tierra,

comiste el mejor pan y bebiste el mejor vino.

 

Si yo pudiera aproximar mi canto a tu canto,

si yo pudiera reconocer y amar como vos

la inmediata realidad del trigo, sus or�genes,

ver entre las sombras y las rimas de insomnio

como Juno, soberbia, ofrece Deiopea a Eolo,

mientras Nereo, como una fiera enfurecida

se agita, brama y brama, se sacude y golpea.

 

Hermano mayor, invocador de la palabra,

acepta mi necesidad de dirigirme a vos,

la desordenada urgencia que tengo de hablarte,

de ofrecerte mis s�labas, mi sangre y mi canto.

 

Entre sublevadas cabalgaduras mayores,

tablas y marineros de Troya a la deriva,

tablas y marineros de Troya a la deriva,

 

�ay!

 

si pudiera robarte el latido de tu verso

para seducci�n de la palabra y el poema.

 

 

 

                            NO AL SILENCIO

                       (Plaqueta)

 

 

ELEGIA PARA UNA MUJER AMERICANA

 

 

��No hay grito m�s nutricio

ni salmo m�s preciado

que ese clamor de hombres

y mujeres de mi patria,

no hay himno m�s himno

que el canto de mi pueblo!�

Es la canci�n de la Amante

por boca de la Amante.

Es Ella, �tomo y ciruela,

muchedumbre y primavera.

Hija desheredada de Am�rica.

La no reconocida.

La ileg�tima.

Nieta de do�a Petrona Nu�ez

y don Joaqu�n Ibarguren,

nacida en Los Toldos,

hacia el sur del continente.

Todo aconteci� de madrugada.

Mayo. La comadrona fue Juana,

de la tribu del cacique Coliqueo.

No hubo corchetes de oro

ni cortinas con cincuenta nudos

ni mesadas de �nix ni diademas,

tampoco hojas de naranjo para la parturienta,

ni siquiera un pu�ado de p�talos para la ni�a.

�Cu�nto desprecio sufriste?

�Cu�nto desprecio conocieron

tu madre y tus hermanas?

�Cu�ntos pares de zapatos estrenaste?

�C�mo eran tu cuaderno y tu goma de borrar?

�Qui�n te dio el primer beso alumna enamorada?

Hecha para la revoluci�n y el amor

supiste de la noche y la fatiga,

hecha para la pareja y para el joven,

para el pan, para la agricultura,

hecha para Chacabuco y Maip�,

para los matacos y la edad feliz,

para el Pilcomayo y el Paran�,

fuiste hecha para el membrillo,

la uva blanca, el ma�z, la llanura

y el tomate, para el entusiasmo

y la alegr�a, para el trigo y la abundancia.

Fuiste hecha para las cuatro estaciones.

Para la m�s alta constelaci�n,

para la m�s encumbrada constelaci�n.

Fuiste hecha para �l, que te am� por tu ayer

y por tu hoy, por tu aqu� y por tu all�,

por tu antes y tu ahora, fuiste hecha

para el deseo del d�a y de la noche,

para el deseo del m�s extenso d�a

y de la m�s extensa noche,

para los placeres diurnos y nocturnos,

para las m�s largas caricias,

para la seducci�n y la hora nupcial.

Fuiste hecha para establos y carpinter�as,

fuiste hecha para todas las cosas:

para los c�ntaros de barro cocido

y las cacerolas de aluminio

y las agujas de tejer

y los utensilios de metal

y las herramientas de metal,

fuiste hecha para el azul de alfarer�a

y para la luna con pozos que llegaban hasta tu trenza,

fuiste hecha para las aparadoras

                   las empaquistas

                   los cerrajeros

                   y los atletas

                   y los rapsodas

                   y las hilanderas

para las casas habitadas

para las cosechas y el canto

�para el m�s crecido canto!

S�, es Ella, la Amante,

la rosa de Octubre,

la odiada,

la m�s odiada

la m�s desnuda de todas las mujeres

la perseguida m�s all� de su muerte.

Eva: exiliaron tu cad�ver.

��Qui�nes?�.

Las alima�as de siempre.

Los mercaderes del Templo.

Escupieron tu pelo.

Y con el mismo coraje

tu coraz�n y tu pubis.

As� lo decretaron los amanuenses.

Y las esposas de los amanuenses del odio.

Profanaron tu silenciosa hermosura,

el iris amarillo de tu sexo enmudecido.

Como si patearan a tu madre y a tus hermanas,

como si castigaran a tu pueblo:

te patearon con zapatos de cabritilla

y te castigaron con sus cinturones de v�bora

y con sus anillos de oro

y con sus cadenas de oro

y con sus crucifijos de oro

y con sus alfileres de oro

y sus camisas de oro

y sus corbatas de oro

y vos, Eva Mar�a,

Eva Alfonsina,

Eva Azurduy

Eva compa�era

Eva celeste y blanca

Eva americana

estabas sola

ferozmente sola

y bella, siempre bella

esplendorosamente hermosa y hermosamente bella

pero indefensa como una l�mpara apagada�

Compa�eros, m�s all� de la infamia, regresemos

a la canci�n de la Amante por boca de la Amante:

��No hay himno m�s preciado

ni salmo m�s nutricio

que ese clamor de hombres

y mujeres de mi patria,

no hay canto m�s canto

que el grito de mi pueblo!�.

  

  

                                                            @

 

 

�Cuando una sociedad se entrega al servilismo material, cuando  su juventud llevada a una

aventura donde el absurdo y la soberbia son los estandartes, la poes�a no s�lo tiene la

misi�n, tiene el deber, la obligaci�n de reconquistar la fe y la dignidad del hombre�.  V. V.0

 

LAS  GUARDER�AS DEL VIENTO

 

         Esta p�gina debe ser escrita

         Esta historia debe ser contada.

         No al silencio y no al olvido.

         Los profundos ojos del viento

         anuncian que hemos vuelto a morir:

         en los vastos foros de la farsa

         cancilleres con t�tulos at�micos,

         otorgados en el C�rculo Noveno,

         humillaron, una vez m�s, la raz�n

                            y la esperanza.

         La guerra abri� el vientre de la patria:

         el reino de la sangre, una vez m�s, avanza.

         La guerra, ese h�bito del hombre.

         �nicamente del hombre.

         Edad de j�venes aniversarios nuestra edad.

         Yo he visto l�baros

         bordados por inocentes tejedoras en las plazas,

         convertirse en imposibles delantales de luto.

         Yo he visto, y ustedes tambi�n,

         a mujeres y varones donar su �nica moneda.

         Todos hemos visto.

         �Qui�nes son los due�os de esta guerra?

         �D�nde est�n sus art�fices clandestinos?

         �Esta infecunda noche a qui�n pertenece?

         Y Dios, �d�nde est�?

         �O los osarios del sur no son osarios?

         Dijimos no al silencio y no al olvido,

         si Dios es silencio, no al silencio,

         si Dios es olvido, no al olvido.

         Este es el canto de los que partieron a las Islas,

         esas lejan�as omitidas por septiembre.

         Islas de piedra y mar austral,

         sin sol ni amaneceres,

         de piel fr�a,

         convocadas por el invierno.

         Islas imprudentes y nuestras,

         donde j�venes americanos murieron

         mordiendo agua y barro,

         as� lo decidieron los estultos de afuera

         y los estultos de adentro:

         mientras hac�an frente a la muerte y al absurdo,

         los embajadores sumaban sus grandes vocablos

         a esa voz impostada desde el usurpado balc�n.

         Estamos hartos de patrones

         que celebran derrotas como triunfos.

         Los que mandan no son dignos.

         Los que necesitan ser obedecidos no son dignos.

         �Qui�n responde por los hijos

         Perdidos en aquellas latitudes?

         �Qui�n?

         Esta es la historia de los padres

         que  vieron morir a sus hijos,

         pero no los pudieron velar,

         ni siquiera arrojarles un pu�ado de tierra.

         El canto, el canto honrar� a aquellos

                            que no regresaron:

         hijos de sembradoras

         y hacedores de pan

         de musiqueros

         de alba�iles

         de electricistas

         de ingenieros de la paja y el adobe

         de expertos en motores a explosi�n

         de orde�adores

         y orde�adoras

         de querand�es

         y zurcidoras

         y parturientas

         de amansadores de yeguas de salvaje estirpe

         de maestros de tradiciones y leyendas

         americanas generaciones y generaciones

         de erudita paciencia y alta sabidur�a.

         Este canto

 es para los que marcharon a las Islas,

este canto

                                      es para la madre de los muertos en las Islas

                                      -unen su dolor a las mujeres de blancos pa�uelos:

                                                        madres que giran y giran

alrededor de la Pir�mide-.

                                     

�Es posible que los hijos muertos

sean llorados s�lo por sus madres?

�Es posible?

Hoy, todo canto debe ser en su honor,

porque ellos dejaron su infancia

entre roquer�as y harenes de lobas,

entre foqueros y oficiales del terror,

junto al general de cristiana fraseolog�a.

En el barro.

Bajo la lluvia.

Con los labios partidos por el fr�o.

En Islas de horas hercinicas,

entre el miedo y el coraje

dejaron su infancia.

Bajo aquel cielo de fin del mundo.

Con las manos partidas por el fr�o.

Entre usurpadores extrajeros

y falsos corresponsales de guerra.

En las guarder�as del viento.

S�, lejos, lejos, all�,

ellos perdieron su infancia.

Ay.

Las madres lavaran lo lienzos de esta noche.

S�lo las madres.

Las madres.

Las madres�

(Fin de plaqueta)

           

    

                 @

  

        

        

A  BORGES

Vos que amabas a Dante y a Virgilio

con j�bilo infinito, le cantaste

a  mi Buenos Aires y la fundaste

en tu barrio, Palermo, domicilio

 

fraguado genialmente por tu verso,

que celebro y canto desde mi Villa

Luro, viejo suburbio de la orilla

del Maldonado, m�tico universo

 

 de poetas, fabuladores de historias,

que de alg�n modo son ciertas, como esa

de la luna o esa otra que atraviesa

 

l�Aqueronte. No todas son victorias

de la muerte, porque no es todo olvido.

Vos, de mi Buenos Aires, no te has ido. 

 

                      @

 

A MIGUEL HERNANDEZ

Pregunto por tu voz y pregunto por tu Espa�a: silencio.

Celdas de silencio, madrigueras de silencio,

guaridas, c�rceles de silencio.

Miguel, tu o�do est� en el aire, en el agua,

en la cal, en la calentura de la tierra,

como tu canto y tu guitarra,

y yo me nutro de tu canto y tu guitarra.

Entre odas y sonetos, nanas de la cebolla,

entre un rayo que no cesa y un silbo vulnerado

la canci�n al esposo soldado

y ese eco de sangre y esa herramienta humillada

y ese fangal y ese polvo y ese calabozo

y este verdugo enlutando a Espa�a,

este maldecido y maldito modisto de la muerte,

esta bestia impura, este aborto,

siniestro pariente de la nada.

Miguel, estos inquisidores sin dudas y sin sue�os,

trajeados de odio y sepultura y falsos rezos,

que sobornan y asesinan por monedas extranjeras,

son los mismos que condenaron a tu madre y tus hermanas

a un duro y �spero jornal;

aquellas campesinas espa�olas de pies y manos duras,

con cinturas de pesadilla y pechos agotados,

convertidas, entre el alba y el arroyo,

en lavanderas sin infancias;

vos las viste cosechar aceitunas,

hachar madera, amamantar,

las viste trillar centeno,

empu�ar la hoz y la esteva,

andar y andar descalzas por las piedras,

las viste espigar rastrojos,

moliendo, amasando, pariendo,

las viste caminar por la nieve

con las espaldas dobladas

por el peso de la le�a,

las viste remover la tierra

y blanquear las s�banas

silenciosas y resignadas

con sus cabezas cubiertas

por humildes pa�uelos; s�

son los mismos que fusilaron a Federico,

los mismos que silencian tu canto y tu guitarra,

los atareados en su infierno,

las mismas botas y las mismas mitras,

esas eternas sumadoras de muerte.

Camarada, hoy, cinco de octubre

de mil novecientos sesenta y cuatro,

a las tres en punto de la tarde,

camino por tu tierra vestido y con zapatos,

por las calles deambulan el temor y la tristeza,

�ay, c�mo dol�s Miguel, c�mo dol�s Espa�a!

 

@

 

 

A  PABLO  NERUDA

Soy el que te pregunt�: c�mo se te habla desde la oda

y te bautic� hermano del pan. Ped� silbar junto a tus rodillas

y te llam� alegr�a de vino, racimo de cordillera, levadura,

vaso de agua fresca en los hogares, y un� mi canto a tu canto.

M�s ac� de la muerte entona tu canci�n a la mesa servida,

al pubis de tu querida, al rel�mpago y al papel,

a los camaradas mineros y marineros,

y grit� tu furia de hombre justo,

grit� tu odio al chacal,

a los funestos mercenarios del infierno.

Camarada, hoy tenemos horror de aves negras.

Puro Chile, hoy tenemos tiran�as de cenizas.

El alcohol y el caracol de tu poes�a,

la sangre y los claveles, las piedras,

las hojas y los trenes minerales de Temuco,

el canto de tus p�jaros como tus r�os,

tus amores y tus dolores

-los terribles meses de la madre Espa�a-,

el cobre y el carb�n

por los descendidos t�neles de la raza:

el coraz�n, la carne de nuestra Am�rica, asesinados,

ayer, esta ma�ana, hoy, ahora�

Oh dulce camarada, vos tambi�n te has muerto para no verte muerto:

fusiles contra el trigo, contra Isla Negra,

fusiles en tu casa de Santiago,

en las f�bricas, en las calles,

en los patios con humilde ropa, tendida humildemente,

en las cocinas con sus olores de estatuas cotidianas,

en las mesas con sus vinos y sus panes,

en las mesas sin sus vinos y sin sus panes,

en el lecho de los amantes, ay,

fusiles contra tus agujeros y p�jaros,

alcachofas, volcanes y espigas rojas,

fusiles contra tus arados y tus lilas, chacales,

chacales para Gabriela, para su simple y sencillo nombre

y m�s simple y sencillo oficio de maestra,

para tus l�mparas enterradas y tu embriaguez de largos besos,

para tus peque�os infinitos,

para tus viajes y mis viajes, chacales,

para tu sangre y mi sangre,

para tu canto y mi canto, chacales,

para tu fuego y mi fuego,

para tu bandera y mi bandera,

para tu pueblo y mi pueblo, chacales,

�oh var�n trasandino, americano inmenso,

como entonces quiero escuchar Revoluci�n por tu voz,

Libertad por tu voz, Am�rica por tu voz, Matilde,

para que los pueblos sepan que por nuestro continente

han pasado los hombres con su canto de amor

y su grito de amor y sus sue�os de amor!

 

 

                                     @

 

GATICA

 

Jos� Mar�a, fuiste barrio

como un poema de Carriego,

fuiste Corrientes y Bouchard

y un cacho de Discepol�n,

s� �fuiste tango!

 

No necesitabas el s�bado

para llenar el ringside

y tu popular,

eras la noche de Buenos Aires

a mitad de semana,

a nadie le importaba madrugar,

eras la fiesta de los que no usan frac,

de los canillitas, que gracias a vos,

vend�an m�s, eras la pizza y el fain�,

El Gr�fico y el K. O. Mundial;

esas noches eran como el f�tbol de los domingos

o como un Pellegrini o un Nacional,

eras la alegr�a de los pibes

que se sub�an al ring de Luna

corear tu nombre,

ese grito de guerra,

esas ganas de vivir,

tus botitas celestes,

tu mo�o,

tu galera,

tu bast�n,

tu bata

con los nombres

de Evita y Per�n.

 

Jos� Mar�a, me ense�aste tantas cosas�

Para m� sos como el fueye de Pichuco

O como un personaje de Godofredo�

�Te acord�s de Sar�chaga y Moliere?

�Cu�ndo te sentabas en el cord�n de la vereda?

�De tu perra de polic�a?

�Del cine Vox?

�De la feria de la calle Corro?

 

�De tu vatur�?

�Del rusito Palanike?

� El rusito Palanike�

Sab�s, a vos te odiaban y te odian,

aquellos que lo �nico que saben es odiar.

 

�Te acord�s de los 17 de Octubre?

 

Bueno� vos fuiste y sos un cacho de 17 de Octubre!

 

 

                                @

 

 

 

                                        SONETO

                          Quiero que seas mi ramera sagrada.

                          Quiero que seas como la ramera

                          de Gaza. De tu rubia cabellera

                          -para�so salvaje o campanada-

 

                          quiero saber de mar y de cascada,

                          quiero saber de altura y primavera,

                          de horizonte infinito y hoguera,

                          quiero saber c�mo es desnuda un hada;

 

                          tus dones de eximia salvajer�a

                          quiero celebrar con sabidur�a

                         de amante. Entre las tallas de madera

 

                         votiva quiero que seas mi ramera:

                         en el bajel del amor, Afrodita,

                         concedeme esa gracia infinita.

 

                                      @

 

 

     

POTNIA  THERON

 

         Como Artemisa, con su carcaj cargado de flechas, vas tras tu presa. Nada te detiene. Ni una sudestada recamada en oro, ni un arca con mascarones de proa venidos de ultramar. Nada te detiene. Ni un autom�vil abandonado, ni la rosa reflejada en el espejo, ni la nave que al puerto regresa, ni un horizonte de victoria que arde, ni el alba, ni el lugar donde lo invisible tiene su morada. Los videos juegos no son un impedimento. Los �rboles que alzan sus ramas desnudas a la vera del camino, tampoco.

         Se�ora de las fieras, potnia theron, ni la inh�spita belleza del Ischigualasto te detiene.

         Nadie puede impedirte que corras tras tu presa con todas las armas que ocult�s en tu coraz�n.

         Todo es posible por el milagro de tu desnudez que te asemeja a esta ciudad que crece a orillas del Plata.

         Tu desnudez, nacida bajo el signo de tauro, sirve para fabricar joyas, engarzar diamantes con piedras de verde cromo, llenar los estadios y expandir el universo, adquirir todos los bienes de mar, dar testimonio de las carpinter�as del cielo, del transporte submarino, de las m�quinas terrestres, del trigo.

         Tu desnudez sirve para confrontar La Tablas de la Ley con las p�ginas de alg�n libro de hidromancia. Sirve para que te envidien las flores y los perfumes de las flores. Sirve para celebrar los desordenes de todos los sentidos.

         Por eso nada puede detenerte, ni los cuadros de Magritte, ni la constelaci�n boreal, ni los signos del zodiaco, ni las huestes de David con sus banderas desplegadas, ni mil bosques de arrayanes, ni una espada, ni un gent�o vestido para una boda, las noches de Talampaya, tampoco.

         Tu desnudez sirve para ordenar los utensilios del placer delante de Jehov�, sirve para las ma�anas y las tardes, y las altas horas de la noche, sirve para todas las alabanzas, las de tierra y las de mar, por eso nada puede detenerte, ni una casa de coral, ni un edificio que eleva su perfil en un paraje invernal, ni un ej�rcito izando su bandera, ni cien nombres de tribus abor�genes, ni cuatro mil sacerdotisas con t�nicas negras, los objetos de una tienda de quincaller�a, tampoco, tampoco los m�rmoles tra�dos de Carrara.

         Desnuda sos como una l�mina de oro bajo la luz de una l�mpara, por eso nada puede detenerte cuando corres tras tu presa con el carcaj cargado de flechas, las ruinas de Pompeya no son un impedimento, las cartas de Tarot, tampoco, nada puede detenerte, ni los rostros de las tempestades, ni las mujeres de lenguaje numeroso, ni el Brujo Lunar, ni las razones de la C�bala, ni el Verbo, ni la rendici�n de Dios.

 

                                                                                                                                                                            a Eugenia  

                                           @

 

ESTE  AMOR

Este amor es una cacer�a de bestias,

un alto homenaje a las rosas del verano,

una invocaci�n a pescadores y talabarteros,

a las asambleas populares y a los due�os de las divisas,

a los esposos sensibles a Erato y Euterpe.

Gracias a este amor todo es verdad:

la ocupaci�n de territorios extranjeros,

Vicapujio, Ayohuma, Tequendama,

la marcha de An�bal  sobre las Galias,

el mediod�a, las hullas de tus pies,

Artemisa arrojando lobeznos a las llamas,

la hora del t�, esta ciudad donde vivimos

como en la Sicilia devastada por Dionisio:

aqu� Apolo vence a la Pit�n y persigue a Dafne,

Paris huye con Helena y Amn�n viola a Tamar.

Mientras  tus hijos rinden culto a Caissa

Plut�n rapta a Proserpina y Ceres desespera.

David posee a Betsab�, a Jaguit, a Maaca.

Tu boca fue hecha para todos los excesos,

por eso cuando hacemos el amor

Isidoro Ducasse se cruza con Lohengrin,

Dante y Virgilio atraviesan el Aqueronte

y Maldoror maldice a Lautr�amont;

cuando tus ojos y tu pelo me persiguen

es la hora en que Bruto mata a C�sar.

                                               a Perla

 

 

                                    @